5 anécdotas de personas que sufrieron con gente tacaña.
Hola la gente tacaña, no se puede… ¡Es insoportable! Los extremos chocan, se dice comúnmente y es cierto. No estamos hablando de dilapidar el dinero o malgastar en cosas inútiles, pero tampoco podemos irnos al otro extremo.
Todos alguna vez hemos sufrido la actitud de una persona tacaña y aquí te dejamos algunos testimonios que son realmente alucinantes. ¡No dejes de compartir tu propia experiencia!
“Hace unos años, mi tío, cirujano cardíaco, pidió un café en un restaurante caro y de categoría. Aquella vez, la persona de la caja resultó ser el dueño del negocio. No sólo el restaurante era uno de los más famosos de la ciudad, sino que este hombre era el jefe de una empresa muy próspera y de muchos otros negocios. Es decir, era rico.
Mi tío se tomó un café y estaba a punto de pagar cuando al dueño le dio un infarto. Mi tío le prestó los primeros auxilios y consiguió llevarlo al hospital más cercano: le salvó la vida.
Un mes después, mi tío volvió al restaurante a tomar café, como hacía casi todos los fines de semana. Esta vez volvió a ver al dueño por primera vez desde su accidente. El dueño saludó cordialmente a mi tío y luego le dijo muy serio: ‘Por cierto, la última vez que nos vimos, te olvidaste de pagar el café’.
Mi tío pagó y nunca volvió a ese sitio.” (Ludovico – QUORA)
“Siendo adolescente tenía un novio que me enseñó el concepto de lo que es ser tacaño. Yo en ese momento, claro, no me daba cuenta, hasta que después lo entendí.
Habíamos acordado que cada vez que saliéramos, pagaríamos a mitades iguales la cuenta del restaurante. Pero el colmo del colmo era que, cuando yo no tenía dinero, él compraba lo que quería comer y lo comía solo sin compartir nada conmigo. Ahora es un lejano recuerdo.” (Anna – QUORA)
“Cuando era adolescente, mi madre me hacía fingir que era una niña menor de 10 años para que no tuviera que pagar un menú “adulto” en el restaurante.
Ya no me gustaba cuando tenía 12 años, así que cuando tenía 15, ya te puedes imaginar, tener que comportarme como una “niña pequeña”, pedir sólo la enésima “salchicha y puré”, todo eso para ahorrarme 5 euros…
Lo peor es que nos podíamos permitir una comida decente para mí, porque para ellos sí pedían entrada, plato principal, postre, vino y hasta champaña.
Pero el problema viene de familia. Tanto mis abuelos como mis tíos pueden escribir un libro sobre cómo sería ser el perfecto tacaño. ¡Mi tío llamo a mi madre durante meses para que le devolviera dos euros!” (Gabriela – QUORA)
“Conocí a alguien las redes sociales que parecía el hombre ideal. Después de algunas semanas de intercambiar mensajes y de tener largas conversaciones, me invitó a cenar. ¡Yo acepté encantada!
Decidimos encontrarnos en un restaurante muy lindo y bastante caro. Yo pensé llevar dinero, por cualquier eventualidad, pero él había invitado de modo que asumí que se haría cargo de la cuenta.
Cuando llegó, era tal cual lo había soñado: alto, guapo, simpático… Nos sentamos a comer, pidió una botella de champaña, elegimos platos deliciosos, un vino acorde al pescado y todo transcurrió maravillosamente bien.
Hasta que a mí se me ocurrió ir al baño. Cuando volví él ya había abonado la cuenta y simplemente salimos. Caminamos durante un rato, me acompañó a tomar un taxi y volví a mi casa. Durante ese rato, algo me hizo pensar que durante los últimos minutos lo noté un poco frío, pero no le di mayor importancia.
La sorpresa la tuve al día siguiente cuando me contactó para decirme que yo no era lo que él había imaginado y que prefería que no volviera escribirle. ¿Qué había sucedido? Me sentí muy desilusionada…
Claro, luego le entendí. Durante el rato que fui al baño, tomó muy bolso, sacó el dinero y pagó la cuenta.
Y esa es la historia de cómo invité yo la cena sin saberlo.” (Sofía – QUORA)
“Una noche estábamos celebrando un acontecimiento personal con unos amigos y uno de ellos pagó la cuenta (lo llamaré ‘arpón’ para preservar su anonimato).
Habíamos bebido mucho, por lo menos 400 euros. Con orgullo y cierta picardía, declara: ‘¡Lo pondré en la cuenta de gastos de la empresa!’ Es gestor de patrimonio y dispone de cierto presupuesto para agasajar a sus clientes favoritos, pero también de una situación económica cómoda, hay que decirlo.
Cabe aclarar, que no somos sus clientes, sino sus compañeros de trabajo y amigos.
Nos sentimos un poco avergonzados por no pagar honestamente nuestra parte, y quisimos al menos compensar con una buena propina al camarero que nos atendió esa noche con tanta amabilidad.
Nos despedimos y empezamos a salir del restaurante que se estaba cerrando, pero justo en ese momento alcancé a ver a ‘arpón’ tomando el dinero de la propina y dejando solo unos miserables cinco euros… ¡Y todo en la cara del propio camarero! (Lucien – QUORA)
Seguramente tienes tu propia historia para contar sobre la tacañería extrema de algunas personas. ¡Queremos conocer tu experiencia!