Desgarrador y desconcertante: la trágica despedida de Iván Fandiño antes de morir
Una sombra de tristeza se extendió sobre el mundo taurino en 2017, cuando la muerte del torero Iván Fandiño sacudió profundamente a sus colegas y seguidores. La pérdida fue tan repentina como dolorosa, y aún resuenan con estremecimiento las palabras que pronunció poco antes de dejar este mundo. La suya fue una partida brutal, inesperada, que dejó a muchos sin aliento.
Nacido en el País Vasco, Fandiño había construido una carrera admirable, forjada en más de una década de valor constante en las plazas. Se había hecho un nombre por enfrentarse a toros de los que otros huían, por ir siempre un paso más allá, sin importar el riesgo. Ese fatídico día, en la localidad francesa de Aire-sur-l’Adour, ya había completado una faena, pero, como tantas otras veces, decidió volver al ruedo. Lo que no sabía es que ese segundo encuentro con el toro sería el último.

Mientras intentaba ejecutar una maniobra con la capa, un traspié cambió todo. El torero cayó, y en ese instante de indefensión, el animal –un toro de cerca de 500 kilos– lo embistió con violencia feroz. La cornada fue devastadora: le atravesó el cuerpo y dañó órganos vitales, entre ellos los pulmones.
Aun así, en medio del dolor, Fandiño no perdió la consciencia de inmediato. Lo llevaban a toda prisa fuera de la plaza, y fue entonces cuando pronunció su súplica final, cargada de angustia: «Rápido, me estoy muriendo». Fue su último grito, el testimonio desgarrador de un hombre que sabía que el final estaba cerca. No llegó al hospital. Su corazón se detuvo en el camino.
La consternación fue inmediata. Su compañero de cartel esa tarde, Juan del Álamo, no podía creer lo que había pasado: «Todo fue tan rápido… Nadie imaginó que el toro lo derribara así». La tragedia tomó a todos por sorpresa y dejó un vacío irreparable en la comunidad taurina.
No era la primera vez que Fandiño se enfrentaba al filo de la muerte. En 2014, quedó inconsciente tras una cogida en Bayona. En 2015, un toro lo levantó violentamente en Pamplona. Sin embargo, esta vez fue distinto. Su caída marcó un hito sombrío: hacía casi cien años que no moría un torero en Francia. El último había sido Isidoro Mari Fernando, en 1921.

Su muerte fue llorada en toda España. Se sucedieron los homenajes, y desde las más altas esferas –incluidos el rey Felipe VI y el entonces presidente Mariano Rajoy– se reconoció su entrega y su valentía. El nombre de Fandiño quedó al lado del de Víctor Barrio, otro torero fallecido un año antes, también en medio del ruedo. Dos muertes en tan corto tiempo, dos heridas abiertas en el corazón del toreo.
La tauromaquia sigue dividiendo opiniones. Pero cuando ocurre una tragedia como esta, se impone el silencio. Porque más allá de las polémicas, lo que queda es el dolor humano. Iván Fandiño no fue solo un torero valiente: fue un hombre que entregó todo por su arte, hasta el último aliento. Su figura, marcada por el coraje y la pasión, será recordada con respeto y pesar.